El revuelo levantado en las últimas semanas alrededor de la Ley Sinde invita a adoptar opiniones fijas y prefabricadas. Por eso recomiendo un par de lecturas muy educativas al respecto: Cultura Libre, de Lawrence Lessig, éste artículo de Nacho Vigalondo o éste otro de Berto Romero. Yo, entretanto, dejo aquí algunas reflexiones que me vienen a la cabeza en medio de todo este lío.
Desde el punto de vista del espectador, la cultura gratuita no es una novedad. La ofrecen la televisión, la radio, el compartir libros o las copias en cassette. Desde el punto de vista económico, tampoco. Las televisiones ganan el suficiente dinero en publicidad como para producir películas y los músicos venden discos gracias a la promoción que les hacen las radios.
¿Cual es entonces la novedad? La novedad está en la propiedad de los canales de distribución. Hasta ahora, hacer llegar la cultura hasta el público era costoso. Una copia en cine, la edición de un libro, un disco o un DVD valen dinero. Copiar un archivo de un ordenador a otro, no. Eso permite que miles de individuos de todo el mundo, sin necesidad de grandes recursos económicos ni una formación específica, distribuyan la cultura de una forma más rápida y eficaz que la propia industria. Ante un competidor superior, el lobby cinematográfico ha decidido no luchar, ha preferido rentabilizar su poder y los favores debidos para reformar la ley y volver a la situación anterior, en la que estos problemas no existían.
Parece obvio que viajar al pasado no es una solución, sorprende que el panorama cinematográfico siga insistiendo por esa vía, sobretodo cuando los otros “damnificados” por los nuevos tiempos están ofreciendo soluciones (Spotify, iTunes Store...). Pero el caso es que la distribución de cine online es rentable, que se lo pregunten a SeriesYonkis, Megavídeo y similares. Así que, ¿por qué no se ha creado aún una red similar, pero oficial y de mayor calidad? Al fin y al cabo, de eso va el libre mercado que “ellos” dominaban hasta hace unos años.
No obstante, lo que se decide ahora no es cómo conseguir que el cine siga existiendo, ni si un medio es legal o ilegal, ni siquiera si su comportamiento es moralmente correcto, sino cual es el marco legal que hará mejor dos cosas: (1) Permitir el tremendamente positivo avance de la tecnología y los medios de difusión cultural y (2) proteger la creatividad permitiendo la explotación económica de la misma.
En mi humilde opinión, eso no se consigue escondiendo una disposición en la Ley de Economía Sostenible, ni obligando a un juez a decidir en 4 días si se cierra -o no- una página web. “Eso” es algo mucho más grande y complejo que hay que explicar, discutir, volver a explicar y, si es necesario, volver a discutir. Si no, corremos el riesgo de dejar Internet en manos del gobierno y las empresas, abriendo una grieta a la censura y convirtiendo la red en una nueva televisión.
Desde el punto de vista del espectador, la cultura gratuita no es una novedad. La ofrecen la televisión, la radio, el compartir libros o las copias en cassette. Desde el punto de vista económico, tampoco. Las televisiones ganan el suficiente dinero en publicidad como para producir películas y los músicos venden discos gracias a la promoción que les hacen las radios.
¿Cual es entonces la novedad? La novedad está en la propiedad de los canales de distribución. Hasta ahora, hacer llegar la cultura hasta el público era costoso. Una copia en cine, la edición de un libro, un disco o un DVD valen dinero. Copiar un archivo de un ordenador a otro, no. Eso permite que miles de individuos de todo el mundo, sin necesidad de grandes recursos económicos ni una formación específica, distribuyan la cultura de una forma más rápida y eficaz que la propia industria. Ante un competidor superior, el lobby cinematográfico ha decidido no luchar, ha preferido rentabilizar su poder y los favores debidos para reformar la ley y volver a la situación anterior, en la que estos problemas no existían.
Parece obvio que viajar al pasado no es una solución, sorprende que el panorama cinematográfico siga insistiendo por esa vía, sobretodo cuando los otros “damnificados” por los nuevos tiempos están ofreciendo soluciones (Spotify, iTunes Store...). Pero el caso es que la distribución de cine online es rentable, que se lo pregunten a SeriesYonkis, Megavídeo y similares. Así que, ¿por qué no se ha creado aún una red similar, pero oficial y de mayor calidad? Al fin y al cabo, de eso va el libre mercado que “ellos” dominaban hasta hace unos años.
No obstante, lo que se decide ahora no es cómo conseguir que el cine siga existiendo, ni si un medio es legal o ilegal, ni siquiera si su comportamiento es moralmente correcto, sino cual es el marco legal que hará mejor dos cosas: (1) Permitir el tremendamente positivo avance de la tecnología y los medios de difusión cultural y (2) proteger la creatividad permitiendo la explotación económica de la misma.
En mi humilde opinión, eso no se consigue escondiendo una disposición en la Ley de Economía Sostenible, ni obligando a un juez a decidir en 4 días si se cierra -o no- una página web. “Eso” es algo mucho más grande y complejo que hay que explicar, discutir, volver a explicar y, si es necesario, volver a discutir. Si no, corremos el riesgo de dejar Internet en manos del gobierno y las empresas, abriendo una grieta a la censura y convirtiendo la red en una nueva televisión.